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La Iglesia siempre ha estado pendiente de los sucesos políticos en la historia. Quizás con más énfasis guerrero durante los Sacros imperios, allí por el siglo XIII durante el mandato de Federico II Hohenstaufen. La comunidad cristiana y la civil vivían en esos momentos en plenos conflictos, entre güelfos y gibelinos.
Con el correr del tiempo, la conciencia del pensamiento católico respecto a los fenómenos políticos fue cambiando. Quizás, el aporte más importante fue el de Santo Tomás de Aquino, quién supo fusionar el pensamiento aristotélico con la postura eclesiástica, volviéndola a esta mas verdadera que apocalíptica. Durante el papado de Gregorio VIV, los Estados Pontificios tenían en su interior un movimiento llamado “alelullático”. Estos estaban a cargo de observar en la realidad cuestiones apocalípticas para iniciar en el seno del Imperio políticas comunicacionales a fin que los feligreses sigan las disposiciones del Papa. Tal ejemplo es la carta pastoral “Ascendit Bestia Mari” donde se lo acusa a Federico II Hohenstaufen de ser el mismísimo demonio.
Con Santo Tomás de Aquino, se empieza a gestar el movimiento escolástico allá por 1250. Dentro de las 5 vías para conocer a Dios, Tomas incorpora el argumento del movimiento de Aristóteles a su propia metafísica del ser. Se basa en la evidencia del cambio o movimiento que se da en la naturaleza. Es innegable, en efecto, y consta por el testimonio de los sentidos, que en el mundo hay cosas que se mueven, es decir que cambian de un estado a otro. Ahora bien, según el principio de causalidad, todo lo que se mueve es movido por otro. Por tanto si lo que mueve a otro es también movido, es necesario que otro lo mueva. Pero esta serie de motores no puede ser infinita, pues en tal caso no habría un primer motor ni un primer movimiento, ni por tanto los motores y movimientos posteriores. Pero es evidente que hay cosas que se mueven. Por ello, se llega a la conclusión de que existe un primer motor inmóvil (porque si se moviera, sería movido por otro, y él no sería el primero). Y este motor inmóvil es comparado a Dios ya que él es el primero y no es sustentado por nadie sino por él mismo. En el caso del lenguaje de Aristóteles, este motor inmóvil era llamado la causa incausada. Sigue leyendo