Justos por pecadores pagan, en tierras donde el orgullo exagerado se expande como cáncer en un cuerpo moribundo. Desentrañando la cuestión, parece ser que las experiencias alejadas de la cruda y húmeda realidad, crean en los autoreferenciados hombres una visión calcada con carbónico. Los que soportan el peso de la pluma son los más, los que con esfuerzo se plantean objetivos, y sortean el infortunio con templanza; muerden un pedazo de madera hasta que pase la ira, viven en la oscuridad mientras están centellados.
La vil duplicación de la realidad, son para los menos, los que la vida ha premiado de una holgada posición y una creencia fantasmagórica respecto al hombre. Darwinistas de la religión, que sueldan y cortan eslabones bajo su caprichoso antojo. Un neo-oligarquismo pintado sobre novedosas prendas e influidos por las brisas de un confuso progresismo.
Son ellos la nueva realeza, a la que hay que rendirle pleitesía. No ya por el honor, menos en el nombre de Dios. Es por el hybris de la clase dominante. No son los dueños de los factores productivos, porque se han acostumbrado a la holgazanería de comprar por dos para vender por seis. A ellos les debemos rendir tributo, porque no les alcanza con nuestra fuerza de trabajo. Tenemos que endiosar a una cofradía de gusanos, que demuestran su ignorancia sobre las cosas, con decisiones apresuradas y desacertadas. Es cierto, para conocer al pueblo hay que ser rey y para conocer al rey hay que ser pueblo. Pero para ello, tenemos que tener una vista clara. Si la bruma de la ignorancia ha tapado nuestra visión, ni siendo pueblo, ni siendo rey, vamos a poder saber sobre las cosas.
Es preferible la libertaria intemperie, donde los sentidos chocan con la realidad, antes que vivir en una platónica caverna, convenciéndonos con las sombras de esa realidad que creemos ver.